Benedicto XVI
A lo largo de los siglos, la tradición popular ha considerado siempre al Santo Rostro como uno de los pliegues del paño con que la mujer Verónica enjugó la faz de Cristo en su camino hacia el Calvario. Hasta nuestros días no ha llegado constancia documental cierta y verídica que aclara los orígenes de esta reliquia en Jaén. Diversos han sido los historiadores locales que recogieron y sistematizaron algunas tradiciones que circulaban sobre la llegada de este vestigio de la Pasión del Señor al Santo Reino. Para unos, habría sido traída desde Roma por S. Eufrasio, uno de los Siete Varones Apostólicos y obispo de Iliturgi, que es considerado como el primer prelado con que contó Jaén; esta hipótesis nos ha llegado aderezada literariamente con una inverosímil y legendaria narración, que fue ya objeto de crítica en el s. XVIII.
Los primeros datos ciertos de la presencia del Santo Rostro en Jaén se remontan al s. XIV. Muchos investigadores enlazan las primeras referencias al Santo Rostro con el pontificado de D. Nicolás de Biedma. Este prelado ocupó la sede de Jaén en dos períodos: 1368-1378 y 1381-1383. Podría haber sido D. Nicolás quien trajese a Jaén la Verónica, como es llamada la reliquia en los documentos de la época. Frente a esta posible presunción, existe un dato desconcertante: cuando D. Nicolás hace testamento, declara heredera universal de sus bienes a la fábrica de la catedral, que él había empezado a construir para sustituir a la mezquita convertida en primer templo, pero en el texto testamentario no hace referencia alguna a tan preciada reliquia, que siempre ha recibido la veneración de los fieles en la catedral. Sí hay constancia, sin embargo, de que la Verónica se guardaba en el sagrario de la iglesia mayor, y sólo era mostrada a los fieles en dos ocasiones: el Viernes Santo y el día de la Asunción, titular del primer templo diocesano, y con ella se bendecían los campos de Jaén desde los balcones de la catedral.
La ostensión de esta reliquia atraía a numerosos peregrinos en las dos ocasiones en que anualmente era expuesta. Estos devotos podían lucrar unas indulgencias episcopales, que fueron enriquecidas por las que otorgó Clemente VII, en 1529, mediante el breve Salvatoris Domini.
Para evitar los notables inconvenientes que se derivaban de la tumultuosa afluencia de fieles, que competían por besar y tocar la venerada reliquia, el obispo Don Rodrigo Marín Rubio costeó de su propio peculio, en 1731, un precioso relicario, realizado por el afamado orfebre cordobés, Francisco José Valderrama, que fue completado por el lazo de que la Duquesa de Montemar donó en 1823. Ese lazo, desaparecido en los aciagos días de agosto de 1936, fue sustituido por otro, al final de la Guerra Civil, cuando el Santo Rostro fue encontrado en un garage de las cercanías de París y devuelto a Jaén, en 1940. Ese lazo es una sugerente metáfora de la unión, de la vinculación del rostro de Cristo con el pueblo cristiano de Jaén, que nada ni nadie puede romper, porque en el semblante del Salvador que se custodia en ese armónico relicario renacentista que es nuestra Catedral, los hombres y mujeres de esta tierra, del Santo Reino, palpan, generación tras generación, la cercanía de la misericordia infinita de Dios.
La Misa propia del Santo Rostro se puede celebrar gracias a las gestiones del Cabildo de la Catedral de Jaén ante la Congregación Vaticana para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos. En varias reuniones del Cabildo catedralicio se planteó la posibilidad de componer una Misa votiva del Santo Rostro y fue la Comisión de Liturgia del Cabildo, presidida por D. Manuel Carmona García, la encargada de la redacción de los textos litúrgicos.
Tras presentar en Roma la documentación pertinente, acompañada de una carta del Obispo de Jaén recomendando su concesión. El decreto de aprobación de la congregación vaticana es de fecha 10 de octubre de 2008. La concesión de la Santa Sede de la Misa votiva del Santo Rostro contiene 3 esquemas de lecturas para la celebración eucarística, que puede celebrarse todos los días de la semana que no sean memoria obligatoria, fiesta o solemnidad.