En este año 2010, la solemnidad de Todos los Santos ha revestido un carácter especial. Como es costumbre desde 1756, se colocó el Santo Rostro en el altar mayor y con él dio la bendición final el Sr. Obispo, quien presidió la misa de las 12. Se cumplía así, un año más, el voto que hizo el Cabildo de la Catedral, en 1755. El 1 de noviembre de ese año, mientras se celebraba la misa conventual, el conocido como terremoto de Lisboa sacudió la Catedral de modo violento. Una bóveda se desplomó, y a pesar de la afluencia de fieles, no hubo daños personales. En agradecimiento, el Cabildo determinó que todos los años el día 1 de noviembre el Santo Rostro fuese expuesto y se bendijese con él al pueblo fiel congregado para la misa mayor.
Además del cumplimiento del voto del Cabildo, la solemnidad de Todos los Santos de 2010 pasará a la historia porque desde ese día, en la Catedral se puede contemplar el cuadro que representa al Beato Manuel Lozano Garrido. Se trata del óleo realizado por el pintor local Francisco Carrillo para la ceremonia de beatificación, celebrada en Linares el 12 de junio de 2010. Al finalizar la Eucaristía que presidió el Sr. Obispo, el cuadro fue situado en el arcosolio de la pared derecha de la capilla del Niño Jesús. El óleo representa al nuevo beato en su juventud, con la insignia de la Acción Católica en la solapa, y también marcado por la enfermedad, acompañado de la silla de ruedas, su compañera inseparable, y unos símbolos alusivos a la Eucaristía y a su actividad como escritor y periodista.
De este modo, la celebración de la santidad como vocación universal para todos los bautizados, que la Iglesia propone a sus hijos en la solemnidad de Todos los Santos, ha mostrado a la consideración de los fieles de Jaén el último ejemplo de santidad de nuestra Iglesia local. Un beato, Manuel Lozano Garrido, que, como recordó Mons. Amato en la ceremonia de beatificación, descubrió que el secreto de la santidad era, en palabras de San Pablo, identificarse con Cristo y vivir su misma vida: «He sido crucificado con Cristo, y no soy yo sino Cristo quien vive en mí» (Gal 2,19-20).
En este año 2010, la solemnidad de Todos los Santos ha revestido un carácter especial. Como es costumbre desde 1756, se colocó el Santo Rostro en el altar mayor y con él dio la bendición final el Sr. Obispo, quien presidió la misa de las 12. Se cumplía así, un año más, el voto que hizo el Cabildo de la Catedral, en 1755. El 1 de noviembre de ese año, mientras se celebraba la misa conventual, el conocido como terremoto de Lisboa sacudió la Catedral de modo violento. Una bóveda se desplomó, y a pesar de la afluencia de fieles, no hubo daños personales. En agradecimiento, el Cabildo determinó que todos los años el día 1 de noviembre el Santo Rostro fuese expuesto y se bendijese con él al pueblo fiel congregado para la misa mayor.
Además del cumplimiento del voto del Cabildo, la solemnidad de Todos los Santos de 2010 pasará a la historia porque desde ese día, en la Catedral se puede contemplar el cuadro que representa al Beato Manuel Lozano Garrido. Se trata del óleo realizado por el pintor local Francisco Carrillo para la ceremonia de beatificación, celebrada en Linares el 12 de junio de 2010. Al finalizar la Eucaristía que presidió el Sr. Obispo, el cuadro fue situado en el arcosolio de la pared derecha de la capilla del Niño Jesús. El óleo representa al nuevo beato en su juventud, con la insignia de la Acción Católica en la solapa, y también marcado por la enfermedad, acompañado de la silla de ruedas, su compañera inseparable, y unos símbolos alusivos a la Eucaristía y a su actividad como escritor y periodista.
De este modo, la celebración de la santidad como vocación universal para todos los bautizados, que la Iglesia propone a sus hijos en la solemnidad de Todos los Santos, ha mostrado a la consideración de los fieles de Jaén el último ejemplo de santidad de nuestra Iglesia local. Un beato, Manuel Lozano Garrido, que, como recordó Mons. Amato en la ceremonia de beatificación, descubrió que el secreto de la santidad era, en palabras de San Pablo, identificarse con Cristo y vivir su misma vida: «He sido crucificado con Cristo, y no soy yo sino Cristo quien vive en mí» (Gal 2,19-20).